Monseñor Romero

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Hoy se cumplen 28 años del magnicidio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, ícono cumbre de la impunidad de la violación de derechos humanos en El Salvador durante la guerra civil víctima de la represión, compromiso pastoral de denuncia y expresión simbólica de un pueblo intimidado por las armas que defendían los intereses poderosos de una poco solidaria clase privilegiada representada por sus lacayos políticos en su escena de gobierno y ejecutada castrensemente por los militares migajeros de los tiempos de conciliación.

Me da escalofrío el simple hecho de imaginarme cómo alguienes de manera deliberada y con determinación deciden terminar con la vida de un sacerdote de manera tan grotesca, elaboran un plan, se dan la mano, se toman un café con dos cucharadas de azúcar y una marialuisa, se despiden, llegan cada uno a su casa, saludan a su familia besando y abrazando a sus hijos, a su mujer, programan la alarma a las 7 de la mañana y se duermen sin hacer una oración. Se despiertan al día siguiente, apagan la alarma, toman una ducha, se visten de casi-gala, sacan el rifle del clóset – o cielo falso o una cisterna- , limpian las balas casi lustrándolas (yo hasta pienso que esas balas llevaban marcas personalizadas de propiedad hechas con cuchillo), se suben a una Volkswagen, se fuman un cigarrillo – uno Casino- y se van a la iglesia de allí en la Miramonte. Mientras Monseñor oficiaba misa le dan una última repasada en voz alta a la hoja rayada arrancada de la libreta y se dicen: «Vergón, matemos a este hijueputa».

Luego de bajarse del carro y entrar a la iglesia, el francotirador hace la jugada más arriesgada de su carrera en pleno desafío de su pericia y seguro de la protección de sus superiores – quienes le han encomendado tal tarea- se apuesta detrás de las primeras bancas de la entrada escondiendo el rifle modificado, da un último respiro antes de proceder, saca el arma, apunta y dispara , espera la conmoción, la confusión y huye a pie, los feligreses logran ver una camioneta que sirve de pantalla, otro vehículo espera y luego se pierde por la capital rumbo al interior del país para luego perdeserse lejos de aquí.

Monseñor dijo : «Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño». Dicho y hecho.

Poco importa quienes hayan orquestado y materializado el hecho (que Dios perdone sus pecados), monseñor vive en el corazón de muchos y hasta una estatua tiene en la abadía de Westminster, en Londres, como uno de los diez mártires del siglo XX.

Ad perpetuam memoriam.

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