Un padre ante la ausencia del hijo

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(Vía Don Neto Rivas)

Solamente un padre cuyo hijo ha muerto, en su complejo proceso de duelo por aquella muerte, puede sentir ese dolor. Las condiciones mentales que permiten que salga de este proceso tan doloroso y se acepte la pérdida son muy difíciles de encontrar.

¿Por qué resulta tan dolorosa la pérdida de un hijo?

Más allá de que toda pérdida de algo que amamos sea dolorosa, la pérdida de un hijo lo es de manera especial por lo íntimo de nuestra relación con él y de lo que él representa para nosotros.

En primer lugar, un hijo forma parte de un proyecto que le da sentido a nuestra vida. En él ponemos gran parte de nuestra persona, y en sus realizaciones y tropiezos, vivimos nuestras propias realizaciones y tropiezos.

Segundo, porque en la relación con él damos mucho de nosotros mismos y, por lo tanto, nos vamos vaciando y colocando en él aspectos propios. Éste es un proceso de creación que nos llena de sentimientos encontrados, en la medida en que construimos una obra viva, en una interacción permanente llena de sentimientos y de pasiones intensas a imagen y semejanza nuestra.

Y tercero, porque tenemos una identificación narcisista muy intensa con nuestro hijo. Desde que nace, sentimos que es una prolongación de nosotros mismos. Soy yo mismo en otro. Este sentimiento de prolongación narcisista es sumamente necesario para la supervivencia de la especie, porque motiva instintivamente a cuidar, a proteger, ayudar y criar con un mandato que viene de la biología, de nuestros genes, y que nos impone la formación de aquello que es parte nuestra.

Ese dolor espantoso resulta de la pérdida de ese gran proyecto de sentido en la vida, de un otro construido en una interacción apasionante y de intercambio amoroso y también agresivo, de otro que, además, es vivido como un pedazo de uno mismo. Posiblemente, el más penetrante al que está expuesto el ser humano. El hijo se lo lleva casi todo. ¿Cómo recuperarse de un golpe de esta naturaleza?

La comprensión del duelo de un hijo nos acerca a los misterios inescrutables más profundos de la condición trágica del ser humano y de su destino, la muerte. Es una experiencia inefable que nos contacta en vida con la muerte.

Quisiera revisar las fases de duelo que vive el padre desde que su hijo muere.

Desesperación. Cuando la mente se ve expuesta a un hecho que genera niveles de angustia muy altos, no puede pensar. Éste es el elemento traumático de una noticia como “su hijo ha muerto”. La mente se paraliza, los procesos que tienen lugar en ella son casi irreflexiones; no hay posibilidad de recurrir a pensamientos, a imágenes que puedan dar solución a tanto dolor. No hay cabida para las palabras.

Intentos de negar el hecho. El segundo efecto es la compulsión a la repetición del momento del hecho, queriendo negarlo. Esto se hace a través del mecanismo de volver atrás en el tiempo, e imaginarse que aquello no sucedió porque se modificó un evento previo y el camino del destino fue otro.

Deseo de conocer con detalles lo que ocurrió. Uno revisa paso a paso la relación con su hijo, sobre todo en los últimos meses y busca, sin resultados, porqué la muerte del hijo tuvo que ocurrir antes que la propia.

La ira frente al duelo por la pérdida de un ser querido surge porque sentimos como si nos hubieran despojado de algo, como si hubiéramos sido estafados, y eso nos inunda de resentimiento. Esa ira está vinculada a la valentía de sentir cómo irrumpe en nosotros, la molestia y el rechazo que causa la muerte del hijo.

Son estos cuatro elementos partes de nuestra mente, provenientes de nuestros instintos, los que determinan nuestra vivencia de duelo, en la medida en que los podamos procesar y enriquecer. Son estos sentimientos los que permiten a uno pasar del período de parálisis mental tras la muerte de su hijo, al período de ira en que se apodera de uno la tirria, la frustración y la sensación de haber sido burlado por la vida. Y son esos los sentimientos que le abren el paso al período de tristeza que el padre experimenta desde su capacidad de amar, en cuanto esa capacidad le permite ir haciendo el desplazamiento desde su hijo hacia los amigos que nunca lo dejaron solo.

Es la cantidad de recursos mentales que tiene un hombre que se ha interesado por conocer el mundo y la verdad, lo que le va a facilitar el proceso de reparación; esa creatividad que consiste en poder trasladar la habitación del hijo –ese mundo que ocupa el hijo, primero, en un lugar de la casa, y paralelamente, al morir, en un lugar de la mente del padre–, para situarla en el mundo, en el mundo externo y en su mundo interno. Así, el hijo termina habitando en la vida de todos los objetos y personajes que conforman la mente de su padre.

Para mis hijos, Julio Ernesto, el Gordo y Roberto Tomás, el Tío, en el día del padre.

San Salvador, domingo 14 de junio de 2009

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mar

tu sabes que yo perdi un hijo. La vida simplemente tiene un antes y un despues de lo acontecido y nosotros jamás seremos los mismos…… es algo que no se puede explicar con palabras aunque por lo menos intentaste explicarlo y comprenderlo.