Cuando estaba pequeño recuerdo que mi papá tenía una caja de herramientas en la que guardaba toda clase de cosas y miraba a mi papá hacer una que otra reparación casera algún domingo, ya sea de colocar algo en el jardín, serruchar una tabla, clavar un clavo en la pared, atornillar, reparar un chorro o una gotera, etcétera. Esa clase de cosas definitivamente marcó mi vida, era increíble para mi darme cuenta que uno era capaz de reparar cosas con sus propias manos y hacerlas funcionar.
Más tarde en mi adolescencia descubrí que las herramientas también sirven para construir y cuando me enamoré supe que las palabras son herramientas que construyen, que reparan pero que también destruyen.
Las personas que me conocen saben que me gustan mucho las herramientas, que aunque sea artesanalmente puedo reparar cosas o inventar construirlas, me gusta materializar ideas de este tipo en pequeños proyectos.
Volviendo al tema, lo que quiero contarles es sobre esa caja de herramientas, esa caja física como objeto en sí y es que con las décadas encima esa caja de herramientas se volvió uno de esos artículos que uno se acostumbra a ver en su casa que sin qué ni para qué uno no logra explicarse qué sigue haciendo estando allí toda vieja, desvencijada y carcomida por el óxido.
Hace como 4 años compré una nueva caja de herramientas de plástico rígido con un diseño más bonito y también compré herramientas nuevas, ya les mencioné que me gustan mucho las herramientas, y la cosa es que seguí conservando la caja vieja que no cumplía ninguna función más que el de verla allí recordándome cosas. Hace un año le tomé fotos antes de botarla, me decidí por fin, impulsado por algo que mi madre me dijo por aquellos días que nunca voy a olvidar sobre mi manía de guardar cajas.
Les recomiendo ver la película Gran Torino de Clint Eastwood.
Bueno la boté, no es gran cosa este post pero quería escribirlo.
Tengo fotos de hace más de un año de ideas para escribir post que espero irlos publicando.